Ella, sus miedos, su sombra, sus debilidades y fortalezas. Ahora ella se vestía de sí misma y eso la hacía más hermosa que cualquier carruaje o vestido. Su belleza provenía desde su centro y eso la hacía eterna, disparatada, loca, divertida, soñadora y buscadora de su verdad… fin de la historia.
Un camino largo el que anduve los últimos años, donde me perdí, me encontré, me ahogué, me fallé, me odié, me perdoné, me amé y me llené tanto de mí hasta que estuviera lista para compartirme con otros.
25 kilos de más me dejó mi posparto, me hago absolutamente responsables de ellos. Comí para llenar un vacío. No me tenía a mí misma y era todo lo que me faltaba. Esta es una historia real. Cuando tuve a Orión no me pasó cómo funciona en las redes sociales, mi cuerpo no volvió en tres días a ser como era, mi autoestima estaba tan debilitada que cualquier comentario o comparación aniquilaba en mi cualquier esperanza.
Lo probé todo. Fajas, geles, intentos fallidos de dietas (lo cual es imposible lactando) sientes que se te va acabar el mundo si no comes como un elefante. Todo lo que fuera satisfacción inmediata así como llegó, fracasó. Las fajas no duraron más de dos días, me molesta la sensación de estar apretada, lactando me asfixiaba y lloraba angustiada entre la baja y el ardor de la lactancia. Las rompí y las lancé a la eternidad 😂 allí donde jamás las iré a buscar. Los geles me irritaron, las dietas hacían un efecto rebote.
Un día con los ojos hinchados de llorar y lamentarme (de lo que pensaba era desdicha), pasé al frente de algún espejo de mi casa, me quedé fijamente mirando esos ojos hinchados y me dije “la mujer del espejo necesita ayuda” y yo se la voy a dar.
Comenzó una reconquista impecable conmigo, alimentarme consciente y consentirme de paso la barriguita. Hidratarme más, escuchar si mi deseo de algo dulce era el escape de algo amargo que pasaba en mi vida. Aprendí a escuchar mi cuerpo de tal forma que entendí qué desea y qué me hace bien.